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Tras más de seis años de resistirse al traslado a la Nueva Guatemala de la Asunción luego del terremoto de Santa Marta, la Audiencia de un ultimatum al arzobispo Cortés y Larraz para que renuncie a su cargo.

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Vista de la Ciudad de Antigua Guatemala en 2010. Al fondo, el Volcán de Agua. En el recuadro: retrato del arzobispo Pedro Cortés y Larraz. Imágenes tomadas de Wikimedia Commons.

El arzobispo de Guatemala, Pedro Cortés y Larraz fue el principal opositor al traslado de la dañada ciudad de Santiago de los Caballeros de Guatemala su nuevo solar en el Valle de la Ermita, principalmente porque comprendía que la idea era debilitar la posición del clero frente a las autoridades civiles de la Capitanía General de Guatemala.

Debido a las Reformas Borbónicas que se iniciaron en la segunda mitad del siglo XVIII, la relación entre el Estado y la Iglesia Católica en el Imperio Español se resquebrajó, y por ello la ciudad ya no fue reconstruida como había ocurrido tras los terremotos de San Miguel en 17171 y de San Casimiro en 17512.  La nueva familia real -los Borbones- tenía ideas que simpatizaban con la Ilustración y poco a poco fue alejándose del rígido dogma católico; de hecho, en 1767, el rey Carlos III proclamó la Pragmática Sanción por la cual expulsó a la otrora poderosa e intocable Compañía de Jesús de todos sus territorios, lo que puso sobre aviso al resto de órdenes religiosas.3

En esa situación se encontraba el Estado Español cuando ocurrió el terremoto de Santa Marta en 1773, lo que fue aprovechado por el Capitán General Martín de Mayorga para forzar el traslado de la ciudad a una nueva ubicación y con ello restarle considerable poder económico al clero, que perdería sus posesiones.  Esto lo comprendión perfectamente el arzobispo Pedro Cortés y Larraz, quien desde un principio se opuso rotundamente al traslado.4

Si bien la nueva ciudad se trasladó oficialmente el 2 de enero de 1776, cuando se celebró el primer cabildo en el Valle de la Ermita, el arzobispo se quedó en Santiago de los Caballeros, junto con el clero secular bajo su mando, aunque hubo un momento en que la tensión fue tal, que los miembros del Cabildo eclesiástico se vieron en un serio dilema, porque por una parte el arzobispo los amenazaba con la excomunión si no le obedecían, mientras que el Capitán General los amenzaba con enviarlos a la Inquisición si se quedaban en la ciudad.4  Por su parte, los frailes del clero regular, todavía amedrentados tras las expulsión de los jesuitas, dócilmente abandonaron sus dañados palaciegos conventos y se trasladaron a endebles estructuras de madera en la nueva ciudad, en lo que se construían sus nuevas instalaciones.5

En un arranque de ira, Cortés y Larraz presentó su renuncia, aunque luego recapacitó y la retiró; pero para entonces el rey ya le había invitado a retornar a España y habían nombrado al arzobispo Cayetano de Francos y Monroy como nuevo arzobispo de Guatemala.  Al enterarse de esto último, Cortés y Larraz advirtió a los miembros del Cabildo Eclesiástico, diciéndoles que “esas bulas tienen vicios sustanciales, porque han sido libradas en virtud de una renuncia que yo ya retiré; y aún cuando se tuviera en cuenta dicha renuncia, ha sido desestimada por un real acuerdo de 15 de agosto de 1775.”6

En 1779 el Capitán General Mayorga partió para México, a donde había sido nombrado Virrey,7 y Cortés y Larraz continuaba aferrándose a su arquidiócesis. De hecho, al regreso de una visita pastoral a Santiago de los Caballeros, la población salió a recibirlo con gran entusiasmo y cariño; todas las casas estaban adonadas y hubo comisiones con bandas de música que salieron a recibirlo.6  Al ver esto, la Real Audiencia se dió cuenta de que la situación podía desembocar en una guerra civil, por lo que el 20 de enero de 1780 le enviaron a Cortés y Larraz de la Nueva Guatemala una notificación en la que le advertían sin mayores preámbulos que sería expulsado por la fuerza de Guatemala si no acataba el mandato real de retornar a España.  Y también lo conminaron a que condediera el pase a las bulas del nombramiento de Francos y Monroy.8  

Para hacer efectivo el ultimatum, la Audiencia nombró al Oidor Tomás Calderón para que fuera a Santiago de los Caballeros a entregar personalmente esta misiva con instrucciones de que regresara con la renuncia firmada por el arzobispo.  Ante esto, Cortés y Larraz, no tuvo más remedio que renunciar, y salir de Santiago de los Caballeros con rumbo a Sololá.  En Panajachel se encontró con la comitiva del nuevo arzobispo, pero no cruzó palabra con éste.

hoyhistoriagt.org

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