En la Europa de finales del siglo XVIII, una nueva moda provocó un escándalo internacional.
De hecho, toda una clase social fue acusada de aparecer en público desnuda.
La culpable fue la muselina de Dhaka, una tela preciosa importada de la ciudad del mismo nombre situada en lo que ahora es Bangladesh.
No era como la muselina de hoy.
Hecha tras un elaborado proceso de 16 pasos con un algodón extraño que solo crecía a lo largo de las orillas del río sagrado Meghna, la tela se consideraba uno de los grandes tesoros de la época
Gozaba de un patrocinio verdaderamente global, que se remontaba miles de años. Era un producto considerado digno de vestir estatuas de diosas en la antigua Grecia, innumerables emperadores de tierras lejanas y generaciones de la realeza mogol local.
Había muchos tipos diferentes, pero los mejores fueron honrados con nombres evocadores designados por poetas imperiales, como baft-hawa, literalmente “aire tejido”.
Se decía que estas muselinas de alta gama eran tan livianas y suaves como el viento.
Pero la muselina de Dhaka también era bastante transparente.
Aunque tradicionalmente, estos tejidos de primera calidad se usaban para hacer túnicas para hombres, en Reino Unido transformaron el estilo de la aristocracia, extinguiendo los vestidos estructurados de la era georgiana.
Los delicados “vestidos camiseros” rectos de arriba hacia abajo empezaron a estar de moda. No solo sus cualidades vaporosas podían considerarse atrevidas para la época, sino que también eran del estilo de lo que antes se consideraba ropa interior.
En una popular publicación satírica de Isaac Cruikshank, un grupo de mujeres aparece juntas con vestidos largos de muselina de colores brillantes, a través de los cuales se pueden ver claramente sus nalgas, pezones y vello púbico. Debajo se lee la descripción: “Señoras parisinas con su vestido de invierno de 1800”.
Mientras tanto, en un fragmento de comedia igualmente misógino de una revista mensual femenina inglesa, un sastre ayuda a una clienta a lograr lo último en la moda.
“Madame, estará listo en un momento”, le asegura. Luego le indica que se quite la enagua, después el corsé y finalmente las abultadas mangas… “Es un asunto fácil, ya ve”, explica. “Para vestirse a la moda, solo hay que desvestirse”.
Aún así, la muselina de Dhaka fue un éxito, entre aquellos que podían pagarla.
Era el tejido más caro de la época, con un séquito de admiradoras que incluía a la reina francesa María Antonieta, la emperatriz francesa Josefina Bonaparte y Jane Austen.
Pero tan rápido como este maravilloso tejido alcanzó a “la Ilustración”, el movimiento cultural europeo de mediados del siglo XVIII, se desvaneció.
A principios del siglo XX, la muselina de Dhaka había desaparecido de todos los rincones del mundo y los únicos ejemplares sobrevivientes están guardados de forma segura en valiosas colecciones privadas y museos.
La enrevesada técnica para fabricarla se perdió en el tiempo y el único tipo de algodón que se podía utilizar, el Gossypium arboreum var. neglecta, conocido localmente como Phuti karpas, se extinguió abruptamente. ¿Cómo pasó esto? ¿Se podría revertir?
Una fibra voluble
La muselina de Dhaka nació gracias a plantas cultivadas a orillas del río Meghna, uno de las tres que forman el inmenso delta del Ganges, el más grande del mundo.
Cada primavera, sus hojas se abrían paso a través del suelo gris y una vez que crecían producían una sola flor de color amarillo dos veces al año, que daba paso a una flor de fibras de algodón.
Estas no eran fibras ordinarias. A diferencia de las hebras largas y delgadas producidas por su primo centroamericano, el Gossypium hirsutum, que constituye el 90% del algodón del mundo en la actualidad, Phuti karpas producía hebras gruesas y fáciles de deshilachar. Esto puede parecer un defecto, pero todo depende de lo que planees hacer con ellas.
De hecho, las fibras cortas del arbusto desaparecido no servían para hacer telas de algodón baratas con maquinaria industrial.
Trabajar con ellas era algo voluble y se rompían fácilmente si intentabas retorcerlas. Pero la gente local dominó los hilos rebeldes con una serie de técnicas ingeniosas desarrolladas hace milenios.
El proceso completo involucraba 16 pasos especializados y cada uno era realizado por una aldea diferente alrededor de Dhaka, que entonces era parte de Bengala. Algunas estaban en lo que ahora es Bangladesh y otras en el estado indio de Bengala Occidental.
Era un verdadero esfuerzo comunitario, que involucraba a jóvenes y ancianos, hombres y mujeres.
Primero, las bolas de algodón se limpiaban con los pequeños dientes con forma de espina de la mandíbula de una especie de bagre caníbal nativo de los lagos y ríos de la región.
Luego venía el giro. Las fibras cortas de algodón requerían altos niveles de humedad para estirarlas, por lo que esta etapa se realizaba en botes, por hábiles grupos de mujeres jóvenes muy temprano en la mañana y al final de la tarde, los momentos más húmedos del día.
Las personas mayores generalmente no podían hilar el hilo porque simplemente no podían ver los hilos.
“Obtenías diminutas juntas entre las fibras de algodón, donde estaban unidas”, dice Sonia Ashmore, historiadora del diseño que escribió un libro sobre la muselina en 2012.
“Le daba a la superficie una especie de rugosidad, lo que provocaba una sensación muy agradable“, describe.
Finalmente, estaba el tejido. Esta parte podría tardar meses en completarse ya que los diseños clásicos de jamdani -en su mayoría formas geométricas que representan flores- se integraban directamente en la tela, utilizando la misma técnica usada para crear los famosos tapices reales de la Europa medieval.
El resultado era una obra de arte minuciosamente detallada representada en miles de hebras plateadas y sedosas.
Una maravilla asiática
A los clientes occidentales les costaba creer que la muselina de Dhaka fuese hecha por manos humanas. Había rumores de que la tejían sirenas, hadas e incluso fantasmas. Algunos dijeron que se hizo bajo el agua.
“La ligereza y la suavidad no se parecía a nada de lo que tenemos hoy”, dice Ruby Ghaznavi, vicepresidente del Consejo Nacional de Artesanía de Bangladesh.
El mismo proceso de tejido continúa en la región hasta el día de hoy, utilizando muselina de menor calidad de hilos de algodón ordinarios en lugar de Phuti karpas.
En 2013, el arte tradicional del tejido jamdani fue protegido por la Unesco como una forma de patrimonio cultural inmaterial.
Pero la verdadera hazaña fue el número de hilos que se pudo lograr.
Una tela con mayor cantidad de hilos es más codiciada porque ellos hacen que el material sea más suave y tienda a desgastarse menos con el tiempo.
Mientras más hebras haya para empezar, más quedará para mantener la tela unida cuando algunas comiencen a deshilacharse.
Saiful Islam, que dirige una agencia fotográfica, encabeza un proyecto para traer la muselina de Dhaka de nuevo a la vida.
Dice que la mayoría de las versiones que se fabrican hoy tienen entre 40 y 80 hilos, lo que significa que contienen aproximadamente esa cantidad de hilos horizontales y verticales entrecruzados por pulgada cuadrada de tela.
La muselina de Dhaka, por otro lado, tenía recuentos de hilos en el rango de 800-1.200, por encima de cualquier otra tela de algodón que existe en la actualidad.
Aunque la muselina de Dhaka desapareció hace más de un siglo, todavía hay saris, túnicas, bufandas y vestidos intactos en los museos.
De vez en cuando, uno reaparece en una casa de subastas de alto nivel como Christie’s y Bonhams, y se vende por miles de dólares.
Un caos colonial
“El comercio fue construido y destruido por la Compañía Británica de las Indias Orientales”, dice Ashmore.
Mucho antes de que la muselina de Dhaka cubriera a las mujeres aristocráticas en Europa, la tela se vendía en todo el mundo.
Era popular entre los antiguos griegos y romanos, y la muselina de “India” se menciona en el libro “El periplo del mar Eritreo”, escrito por un comerciante egipcio anónimo hace unos 2.000 años.
Puede ser que el autor romano Petronio haya sido la primera persona en levantar una ceja por su transparencia.
“Tu novia podría vestirse con un manto del viento y estar públicamente desnuda bajo las nubes de muselina”, escribió.
En los siglos siguientes, el tejido fue elogiado en las obras del renombrado explorador bereber-marroquí del siglo XIV Ibn Battuta y del prolífico viajero chino del siglo XV Ma Huan, entre muchos otros.
Pero podría decirse que la era mogol fue el apogeo de la tela.
El imperio del sur de Asia fue fundado en 1526 por un cacique guerrero de lo que hoy es Uzbekistán y en el siglo XVIII gobernaba todo el subcontinente indio.
Durante este período, la muselina se vendió ampliamente por comerciantes de Persia (actual Irán), Irak, Turquía y el Medio Oriente.
La tela fue acogida por los emperadores mogoles y sus esposas, que rara vez usaban otra cosa.
Su devoción fue tan lejos como para atraer a los mejores tejedores bajo su patrocinio, empleándolos directamente y prohibiéndoles vender las mejores telas a otros.
Según la leyenda popular, su transparencia provocó aún más problemas cuando el emperador Aurangzeb regañó a su hija por aparecer desnuda en público, cuando, de hecho, estaba vestida con siete capas.
Todo iba muy bien hasta que aparecieron los británicos.
Para 1793, la Compañía Británica de las Indias Orientales había conquistado el imperio mogol y, menos de un siglo después, la región estaba bajo el control del Raj británico.
La muselina de Dhaka se exhibió por primera vez en Reino Unido en la Gran Exposición de las Obras de la Industria de Todas las Naciones de 1851.
Este espectacular evento fue una creación del esposo de la reina Victoria, el príncipe Alberto, con la intención de mostrar las maravillas del Imperio Británico a sus súbditos.
Unos 100.000 objetos de los rincones más lejanos del mundo se reunieron en una sala de cristal brillante, el Palacio de Cristal, que tenía 564 metros de largo y 39 metros de alto.
En ese momento, un metro de muselina de Dhaka alcanzaba precios que oscilaban entre las 50 y las 400 libras esterlinas, según Islam, lo que equivale aproximadamente a entre 7.000 y 56.000 libras esterlinas en la actualidad, es decir, entre US$9.600 y US$77.000.
Incluso la mejor seda era hasta 26 veces más barata.
Pero mientras los londinenses victorianos adulaban la tela, quienes la producían se veían empujados hacia la deuda y la ruina financiera.
Como explica el libro “Goods from the East, 1600-1800”, la Compañía de las Indias Orientales comenzó a entrometerse en el delicado proceso de fabricación de la muselina de Dhaka a fines del siglo XVIII.
Primero, la empresa reemplazó a los clientes habituales de la región por los del Imperio Británico.
“Realmente instauraron un dominio absoluto sobre su producción y llegaron a controlar todo el comercio”, dice Ashmore.
Luego atacaron duramente a la industria, presionando a los tejedores para que produjeran mayores volúmenes de tela a precios más bajos.
“Necesitabas una habilidad tan especial para convertirlo (el Phuti karpas) en tela”, dice Islam.
“Es un proceso muy arduo y costoso y al final del día solo obtenías unos ocho gramos de muselina fina por un kilo de algodón”.
Mientras los tejedores luchaban por mantenerse al día con estas demandas, se endeudaron, explica Ashmore.
Se les pagaba por adelantado por la tela, cuya confección podía demorar hasta un año. Pero si se consideraba que la tela no estaba a la altura del estándar requerido, tenían que devolverlo todo.
“Nunca pudieron mantenerse al día con estos pagos de deuda”, detalla.
El golpe final vino de la competencia.
Empresas coloniales como la Compañía de las Indias Orientales se habían dedicado a documentar las industrias en las que confiaban durante años y la muselina no era una excepción.
Cada paso del proceso de fabricación de la tela se registró con meticuloso detalle.
A medida que aumentaba la sed europea de telas de lujo, surgió un incentivo para fabricar versiones más baratas más cerca de casa.
En el condado de Lancashire, en el noroeste de Inglaterra, el magnate textil Samuel Oldknow combinó el conocimiento interno del Imperio británico con la tecnología más avanzada, la rueca, para suministrar a los londinenses grandes cantidades.
En 1784, tenía 1.000 tejedores trabajando para él.
La muselina de fabricación británica no se acercó al nivel de la original de Dhaka, ya que estaba hecha con algodón ordinario y tejida con un número de hilos significativamente menor.
La combinación de décadas de maltrato y una disminución repentina en la necesidad de textiles importados terminó de aniquilar la producción.
Cuando la guerra, la pobreza y los terremotos azotaron la región, algunos tejedores empezaron a fabricar telas de menor calidad, mientras que otros se convirtieron en agricultores a tiempo completo.
Al final, todo colapsó.
“Creo que es importante recordar que en realidad era un negocio familiar. A menudo hablamos de los tejedores y de lo fantásticos que eran, pero detrás de su trabajo estaban las mujeres, haciendo el hilado”, dice Hameeda Hossain, una activista de derechos humanos que escribió un libro sobre la industria de la muselina en Bengala.
“Así que la industria involucró a mucha gente”, añade.
A medida que pasaban las generaciones, el conocimiento de cómo hacer la muselina de Dhaka se olvidó. Y sin nadie que hilara sus sedosos hilos, la planta phuti karpas, que siempre fue difícil de domar (nadie pudo cultivarla lejos del río Meghna) desapareció.
Segunda oportunidad
Islam nació en Bangladesh y se mudó a Londres hace unos 20 años.
Se enteró por primera vez de la muselina de Dhaka en 2013, cuando la empresa para la que trabaja, Drik, quería adaptar una exposición británica sobre esta tela para una audiencia de Bangladesh.
Se dieron cuenta que había pocos detalles, por lo que realizaron su propia investigación.
Durante el año siguiente, Islam y sus colegas se reunieron con personas de la industria artesanal local, exploraron la región donde se había producido y buscaron ejemplos tangibles de muselina de Dhaka en museos de Europa.
“El V&A (Museo Victoria and Albert) tiene una colección magnífica con cientos de piezas”, dice. “Y si vas al English Heritage Trust, tienen 2.000 piezas. Sin embargo, Bangladesh no tenía ninguna“, afirma.
El equipo finalmente organizó varias exposiciones sobre el tema, encargó una película y publicó un libro, escrito por Islam.
En un momento empezaron a pensar que podría ser posible producir nuevamente la legendaria muselina de Dhaka.
Juntos fundaron Bengal Muslin, una empresa colaborativa destinada a hacer precisamente eso.
La primera tarea fue encontrar una planta adecuada.
Aunque hoy en día no hay semillas de phuti karpas en ninguna colección, encontraron un prolijo folleto de sus hojas secas y conservadas en el Royal Botanic Gardens, Kew, del siglo XIX.
A partir de esto, fue posible secuenciar su ADN.
Armado con los secretos genéticos de su objetivo, el equipo regresó a Bangladesh.
Miraron mapas históricos del río Meghna y los compararon con imágenes de satélite modernas para ver cómo había cambiado su curso en los últimos 200 años.
Luego, alquilaron un bote y recorrieron su inmensa amplitud (tiene 12 km de ancho en algunos lugares) en busca de plantas silvestres que se parecieran a dibujos antiguos.
Todas las opciones prometedoras se secuenciaron y compararon con el original.
Finalmente encontraron una coincidencia del 70%: un arbusto despeinado que puede haber tenido antepasados phuti karpas.
Para cultivarla, inicialmente se establecieron en una parcela de tierra en una pequeña isla en medio del Meghna, en Kapasia, a 30 km al norte de Dhaka.
“Era un lugar ideal. La tierra es fértil porque se formó a través de la acumulación de sedimentos del río”, describe Islam.
Fue allí donde en 2015 plantaron algunas semillas como prueba. Pronto hubo hileras ordenadas de phuti karpas entre la tierra seca, el primer cultivo de este tipo en más de un siglo.
El equipo cosechó su primer lote de algodón el mismo año.
Aunque todavía no tenían suficientes plantas para hacer una muselina de Dhaka 100% auténtica, colaboraron con hilanderos indios para combinar algodón ordinario y phuti karpas en un hilo híbrido.
Luego llegó el momento de tejer y esto resultó ser más complicado de lo esperado.
Debido a que todavía hay tejedores en Bangladesh que fabrican muselina jamdani -aunque versiones más toscas con menor número de hilos- Islam esperaba simplemente mejorar sus habilidades y enseñarles cómo producir un producto de mayor calidad que se acercara más al tejido antiguo.
“Pero ninguno de ellos quería trabajar en esto”, narra Islam. Cuando les dijo que quería hacer saris de 300 hilos, “todos le dijeron que era una locura”.
“Ellos dijeron: ‘Muchas gracias por contarnos esa historia , pero no gracias'”, explica.
De las 25 personas a las que se acercó, una finalmente aceptó.
La mayoría de los tejedores de la región son pobres y trabajan en chozas sencillas.
Entonces, Al Amin, ahora su maestro tejedor, acordó que se agregaran controles de temperatura y humidificadores a su taller, para crear las condiciones específicas necesarias para hacer esta tela complicada.
Mientras tanto, algunas de las cerca de 50 herramientas necesarias ya no estaban disponibles, por lo que el equipo fabricó las propias.
Un ejemplo es el shana, un trozo de bambú cortado con el objetivo de tener miles de dientes artificiales que puedan mantener el hilo en su lugar mientras se trabaja.
Luego de seis meses extenuantes, muchas más improvisaciones y gran cantidad de hilos rotos, Amin hizo un sari de 300 hilos, nada parecido al estándar original de muselina de Dhaka, pero significativamente mejor de lo que cualquier tejedor había logrado durante generaciones.
“Tenía la paciencia tenaz que se necesitaba para trabajar con nosotros”, asegura Islam. “Contribuimos con el 40% del esfuerzo, pero el resto salió de él”, añade.
Hasta 2021 el equipo hizo varios saris con la muselina híbrida, que fueron exhibidos en todo el mundo. Algunos se vendieron por miles de dólares.
Islam siente que la recepción que tuvieron demuestra que la tela tiene futuro.
“En esta época de producción en masa, siempre es interesante tener algo especial. Y la marca sigue siendo poderosa”, analiza.
En la actualidad, el equipo tiene plantas que crecen continuamente, aunque se vieron obligados a abandonar la antigua parcela debido a problemas de inundaciones.
Ahora están cultivando los phuti karpas nuevos en una ribera cercana, que tiene el beneficio adicional de ser accesible sin un bote.
Islam espera que algún día puedan hacer un sari de muselina pura de Dhaka con un número de hilos aún mayor.
El gobierno de Bangladesh dio su respaldo al proyecto.
“Es una cuestión de prestigio nacional”, asegura Islam, que también desea mejorar la imagen del país.
“Es importante que nuestra identidad no sea pobre , con muchas industrias textiles, sino también la fuente de las mejores telas que jamás hayan existido”, afirma.
Quién sabe, tal vez pronto una nueva generación vuelva a usar esta tela antigua y se acostumbre a su transparencia algo atrevida.
BBC News