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La caída del cohete chino Long March-5B Y2 en el Mar Arábigo revivió un tema polémico: ¿qué pasa con la basura espacial que orbita la Tierra y la que cae en el océano?

La noche del sábado 8 de mayo, la noticia de que los restos del Long March-5B Y2 (un enorme cohete de 20 toneladas lanzado el pasado 28 de abril, con el objetivo de poner en órbita el primer módulo de la estación espacial china) estaban a punto de caer en alguna ubicación desconocida, captó la atención mundial.

Aunque la probabilidad de que los restos del Long March-5B Y2 cayeran en tierra firme era ínfima, el suceso generó una oleada de críticas hacia la agencia espacial china. 

Una vez que los satélites confirmaron que los escombros del cohete que sobrevivieron a la fricción de la atmósfera cayeron en el Océano Índico la noche del 8 de mayo, Bill Nelson, administrador de la NASA, explicó en un breve comunicado que China “no estaba cumpliendo con los estándares responsables respecto a sus desechos espaciales” y llamó a todos los países que realizan actividades espaciales actuar “de manera responsable y transparente en el espacio para garantizar la seguridad, la estabilidad y la sostenibilidad a largo plazo de las actividades en el espacio exterior”.

La basura espacial y la observación del Universo

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Foto: Getty Images

Entre todos los temas que trajo consigo el reingreso descontrolado del cohete chino, la basura espacial (los desechos generados por restos de naves espaciales, etapas de lanzamiento, cohetes y satélites fuera de servicio) es uno de los más preocupantes y desatendidos de cara al futuro inmediato.

Con más de 9 mil 300 toneladas de objetos artificiales orbitando a la Tierra, un estudio de la Royal Astronomical Society confirmó que los escombros espaciales no sólo entorpecen las operaciones de misiones tripuladas y la Estación Espacial Internacional: además, su reflejo está provocando una contaminación lumínica sin precedentes en los cielos de todo el mundo.

La investigación es pionera en considerar el impacto negativo de la basura espacial y escombros en el cielo nocturno. A través de un modelo que tomó en cuenta el tamaño y brillo tanto de los restos de etapas de cohetes como de satélites, el equipo estimó que el reflejo de estos objetos aclaró en 10 % los cielos nocturnos en la mayor parte del planeta.

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Foto: Getty Images

A diferencia de la contaminación lumínica provocada por los grandes asentamientos urbanos, que se reduce drásticamente en zonas rurales y áreas naturales protegidas, el brillo de la basura espacial se puede reflejar en cualquier parte de la bóveda celeste. De ahí que incluso los observatorios astronómicos más remotos enfrenten cada vez más dificultades para realizar observaciones de objetos de espacio profundo.

El problema es aún mayor si se toma en cuenta la tendencia creciente de enviar constelaciones de satélites en órbitas bajas de la Tierra. El mejor ejemplo es Starlink, el proyecto de SpaceX que ofrecerá internet satelital, con el alto costo de poner en órbita 12 mil satélites más, cuyo brillo ya es considerado una amenaza, tanto para la comunidad astronómica mundial, como para mantener los cielos nocturnos libres de contaminación lumínica.

NationalGeographic

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