Los voceos se han vuelto ensordecedores. Ni siquiera a altas horas de la noche se puede tener un momento de silencio, a causa de los pavorreales en LA.
En medio de la pandemia por COVID-19, lo último de lo que la fiscal Kathleen Tuttle pensó en preocuparse fue de la visita incómoda de un sinnúmero de pavorreales salvajes. Las autoridades locales se debaten todavía sobre cómo proceder con las aves sin control, que han importunado las propiedades privadas de las zonas residenciales de Los Ángeles.
Algunos de los vecinos concuerdan en que su llegada es una bendición. Los menos convencidos los han catalogado como una plaga. Algunos terratenientes han llegado a referirse a ellos como una especie invasora. Lo cierto es que se han convertido en un problema para la zona sur de California: aunado a los incendios forestales y a las sequías, el estado se enfrenta a un número preocupante de pavorreales salvajes.
Vecinos incómodos
Los voceos y glugluteos se han vuelto ensordecedores. Ni siquiera en las altas horas de la noche se puede tener un momento de silencio. Después de semanas de que los pavorreales escogieron Los Ángeles como su nuevo lugar de descanso, la molestia de los habitantes de las colonias residenciales va en aumento. El problema no radica en que caminen libremente por las calles pavimentadas, sino en que están tomando las propiedades privadas para asentarse.
La percepción de majestuosidad que provoca la especie se ha venido abajo con el paso de las semanas. De la admiración, algunos habitantes de la zona han transitado prontamente al hartazgo —y muchos de ellos están dispuestos a tomar sus propias resoluciones, en lugar de esperar a lo que el Estado tenga que decirles. La visita forzada de estos pavorreales, incluso, ha polarizado las opiniones con respecto a qué hacer con ellos.
Estas aves no son nuevas en Los Ángeles. Por el contrario, son la descendencia de los pavorreales de un empresario millonario que, en el siglo XIX, decidió traerlos desde India para establecerse en Pasadena. Con él, trajo consigo a su séquito de aves imperiales, que se han expandido a lo largo de las ciudades del Valle de San Gabriel, al noreste de Los Ángeles. Entre los problemas a los que se enfrenta la gente actualmente, nunca se imaginaron que lidiar con vecinos molestos se convertiría una cuestión política.
Un despertador inoportuno
La presencia de los pavorreales invasores ya está cobrando facturas altas en el bienestar de los angelinos. Cuando la fiscal Kathleen Tuttle, con 68 años, se jubiló en East Pasadena, nunca pensó que tendría que enfrentarse a roces de este corte, según le dice a The Washington Post:
Las posturas encontradas entre los locales han llevado la situación a convertirse en una cuestión legal. Las quejas por insomnio se elevan con cada día que pasa. Algunos de ellos han hablado, incluso, de envenenarlos. La tensión es tal, que Junta de Supervisores del Condado de Los Ángeles está tomando manos en el asunto.
Entre las resoluciones que tomó la institución, está la prohibición categórica de alimentar a los pavorreales. Esto fomenta que los animales busquen comida en otro lugar, fuera de la zona residencial. Cualquiera que sea sorprendido dándoles de comer, tendrá que pagar una multa de mil dólares, o cumplir con 6 meses de cárcel.
Gritos enérgicos de apareamiento
Además del olor de las heces de los pavorreales, lo que más ha quebrantado la paz de los residentes son sus gritos de apareamiento. Los primeros días eran soportables. Después de varios días de actividad sexual constante, la tolerancia a su comportamiento se ha vuelto mínima. Aunado a la destrucción de los jardines y los daños a los coches de las personas, la situación no pinta bien para las aves salvajes.
Las autoridades han optado por reubicar a los pájaros a un lugar donde no molesten a los locales. Para el trabajo, todo parece indicar que Mike Maxcy es el único que puede dar una solución certera: tras trabajar durante 30 años como curador de aves en el zoológico de LA, no hay nadie más que sepa cómo manipular este tipo de situaciones delicadas.
Las tarifas de Maxcy son elevadas. Por pájaro, está dispuesto a cobrar hasta 200 dólares. Sin embargo, la situación ha orillado a los locales a tomar la alternativa. Un día más de cantos enardecidos de apareamiento podría robarles la cordura. Así, en colaboración con los vecinos, el experto instaló jaulas para poder transferirlos a espacios rurales más amplios, donde puedan deambular sin destruir nada.
Una tarea de doble filo
Si bien es cierto que la fiscal Tuttle ha apoyado de cerca el proyecto de Maxcy, algunos residentes lo han acusado de ser un asesino. Aunque no ha hecho daño a los pavorreales, lo han visto encerrarlos en jaulas con bayas y nueces. Al respecto, el experto se defiende como sigue:
Los vecinos más enfurecidos por la situación han tratado de hacer justicia por sus propias manos. Algunos ejemplares han resultado atropellados, o han muerto como víctimas de armas de fuego. En contraste, otros más los consienten con recipientes llenos de agua, y se acercan a las madres para alimentar con su mano a las crías.
Al respecto, Tuttle no ha podido dejar de sorprenderse. “Hay mucha desconfianza en todas las comunidades que tienen problemas con el pavorreal”, destacó la fiscal jubilada. “Es más divisivo que la política nacional. Es algo digno de contemplar “. Aún así, la población de pavorreales salvajes va a la alza. Según los medios locales, están tan cómodos en Los Ángeles que el número se ha cuadruplicado.
NarionalGeographic