Hubo un tiempo en el que Benjamin Franklin, considerado uno de los padres fundadores de Estados Unidos, vivió en Londres. Allí, hasta su regreso a su patria en 1776, su familia residió en una típica casa londinense. Convertida en un museo, hace algunos años, durante unos trabajos de conservación en la vivienda los responsables de los mismos dieron con un macabro hallazgo: 1.200 huesos. Una noticia que podría haber dado lugar a multitud de teorías de no ser porque la explicación encontrada es bastante sencilla y está documentada.
Durante al menos dos décadas Franklin y su familia residieron en el numero 36 de Craven Street. Allí, donde ahora hay hay una casa museo entorno a la figura de tan insigne residente, se iniciaron unas labores de conservación en 1998. Al poco tiempo de comenzarlas estas, según informa la propia casa/museo en su web, tuvieron que paralizarlas. ¿La razón? Los mencionados huesos humanos, pero también de animales, aparecidos “debajo del piso de lo que hoy es la Sala de Seminarios de la Casa” y que en tiempos de Franklin, en el siglo XVIII, era el jardín.
Un forense se encargó de examinarlos y al determinarse que tenían más de 100 años de antigüedad se descartó una investigación judicial o policial. Aunque no cayeron en el olvido sin más. Los responsables del museo se pusieron en contacto con el doctor Simon Hillson y sus compañeros del Instituto de Arqueología de Londres en el University College London para hacerles entrega de los restos y que determinasen su origen y por qué estaban enterrados allí, en un pozo de un metro de ancho por un metro de profundidad.
En total se extrajeron alrededor de 1.200 huesos y se calculó que podrían pertenecer a unos 15 cadáveres distintos. La explicación a por qué había cuerpos enterrados en la casa de Franklin en Londres la hallaron en su relación con William Hewson, que tenía montada allí una escuela de anatomía. Este era el yerno de la casera del político estadounidense y ha pasado a la historia como un estudioso de la sangre y el sistema linfático.
Formado en Edimburgo, estudió con una eminencia en la anatomía de la época, William Hunter, con el que terminó peleándose, según cuentan desde la Benjamin Franklin House. Franklin ejerció como mediador entre ambos. Con el tiempo, Hewson acabó instalando su escuela en la casa de su suegra. Entre las pruebas que demuestran que los huesos hallados allí responden a esta función de estudio y no a un truculento crimen, por ejemplo, se citan las marcas de disección de instrumentos quirúrgicos halladas en algunos de ellos.
En la información disponible al respecto y facilitada por el propio museo en su web se detalla que “la evidencia clave que vincula los huesos de Craven Street con la escuela de anatomía de Hewson es una parte de la columna vertebral de una tortuga y el mercurio que se encuentran en el hoyo del hueso. En un experimento realizado en 1770 en la Royal Society, Hewson mostró el flujo de mercurio a través de una tortuga para resaltar el sistema linfático. Con la ayuda de Franklin, Hewson fue elegido miembro de la Royal Society y recibió la medalla Copley por su trabajo. En la fosa ósea también se encontraron otros elementos relacionados con el estudio anatómico, incluidos los portaobjetos de microscopio”.
Eso sí, lo que no parece es que aquello fuese legal del todo, ya que la disección no fue una práctica legal hasta 1832. Es más, señalan en el museo, “es probable que algunos de los cadáveres de Hewson provengan de los llamados ‘resucitadores’, los ladrones de cuerpos que enviaban sus mercancías a lo largo del Támesis bajo techo. de noche”. Además de ilegal, también era peligroso. El propio Hewson falleció tras contraer en 1774 una infección durante una disección que desencadenó su muerte prematura a los 34 años.
Si alguien tiene curiosidad por visitar la Benjamin Franklin House, esta se encuentra en la mencionada dirección londinense, cuenta con visitas guiadas, lecturas en vivo… y, según la información publicada en su web, han reabierto de viernes a domingo de 12 del medio día a cinco de la tarde.
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