El petróleo solía ser lo que todos los gobiernos atesoraban o ansiaban: una fuente de ingresos fiscales inesperados, abundancia de empleos, influencia geopolítica y la posibilidad de no depender de las importaciones.
Luego los economistas empezaron a hablar de la “maldición de los recursos”, en la que demasiado de algo bueno sesga la economía, eleva los costos y desplaza otras actividades.
Ahora, hay un nuevo tipo de maldición por tener petróleo.
Para un país comprometido con la reducción de las emisiones de carbono, el oro negro es en igual medida un dilema como una bonanza.
Eso es particularmente cierto en el caso de un país que lidera la lucha contra el cambio climático: Reino Unido, anfitrión en noviembre de la Conferencia de la ONU sobre Cambio Climático (COP26), donde la negociación de acuerdos requerirá liderar con el ejemplo.
El COP26 se realizará en noviembre en Glasgow, Escocia, y es bajo aguas escocesas donde se hallan las principales reservas de petróleo y gas británicas.
El dilema del petróleo afecta tanto al gobierno central en Londres como al escocés, que negocia un acuerdo de poder compartido con el Partido Verde.
El factor incómodo adicional es que el oro negro ha impulsado el movimiento de independencia de Escocia desde la década de 1970. Por ello volverse contra el crudo Brent va en contra de lo que históricamente ha hecho el gobernante Partido Nacional Escocés.
Entonces la pregunta es: ¿deberían los gobiernos de Escocia y Reino Unido oponerse a los nuevos desarrollos petrolíferos o alentar a la industria a extraer todo lo que puedan?
Esa pregunta se ha centrado en el campo petrolero de Cambo, al oeste de las islas Shetland.
Es grande: tiene unos 800 millones de barriles de petróleo o su equivalente de gas.
Los planes contemplan una producción de 60.000 barriles por día.
En 2020 el flujo de petróleo y gas de las aguas de Reino Unido fue de alrededor de 1,6 millones de barriles por día, de modo que Cambo no representa una cifra sustancial.
Sin embargo, se ha convertido en un símbolo del dilema.
Nueva política
Hasta marzo pasado, la política que favoreció Reino Unido fue la de “maximizar la recuperación económica” y exprimir lo máximo posible los campos petroleros añejos.
Eso implicó que la Autoridad de Petróleo y Gas (OGA, por sus siglas en inglés) exigiera a las compañías petroleras que cooperaran en instalaciones como oleoductos, manteniéndolos abiertos para evitar que los campos de petróleo y gas más antiguos queden abandonados.
Mientras tanto, se continuaron distribuyendo nuevas rondas de licencias a las compañías petroleras, dándoles permiso para explorar nuevas reservas.
Pero a partir de marzo esa política cambió. Se anunció que se dejaría de dar “apoyo financiero para el sector de la energía de combustibles fósiles…”.
Sin embargo, eso no significó el fin de las exenciones fiscales para la perforación, que se aceleraron durante los últimos diez años. ¿El motivo? Solo se limitó la financiación de los proyectos petroleros “en el extranjero”.
También se implementó el requisito de que las nuevas licencias tuvieran que pasar un “control de compatibilidad climática antes de cada futura ronda de licencias de petróleo y gas para garantizar que las licencias otorgadas estén alineadas con objetivos climáticos más amplios, incluidas las cero emisiones netas para 2050″.
El Acuerdo de Transición del Mar del Norte fue un pacto con la industria petrolera para que siga perforando y produciendo, pero tendrá que invertir mucho para reducir a la mitad en nueve años las considerables emisiones que genera durante su proceso de producción.
El acuerdo también prevé la inversión de miles de millones de libras para hacer el cambio a la producción de hidrógeno y para la captura y almacenamiento de carbono.
A la industria le gusta esto, incluso si ninguno de los dos es todavía comercialmente viable.
Se le permite seguir perforando en busca de petróleo y gas y, a su vez, el gobierno tiene que eliminar los obstáculos que traban estas nuevas industrias mitigantes.
Declive
En resumen: estamos en un período de transición, y se juega políticamente el declive del sector de petróleo y gas en alta mar de Reino Unido.
Este declive era inevitable y la producción podría durar cinco o seis décadas más. Pero la pregunta ahora es qué tan rápido se debe permitir o exigir que suceda.
La industria señala que hay puestos de trabajo en juego. La cantidad de empleados en el sector de petróleo y gas de Reino Unido ha disminuido, pero sigue siendo importante: alrededor de 150.000 contratados directa o indirectamente, y estos son trabajos de alto valor.
En Escocia, se estima que hay unos 108.000 puestos de trabajo en juego. Esto incluye a las personas cuyos ingresos dependen de los gastos de los trabajadores petroleros.
Muchos de ellos viven en el territorio políticamente reñido del noreste de Escocia. Y es por eso que la líder escocesa, Nicola Sturgeon, se encuentra en una posición particularmente difícil.
La oposición laborista dice que ella debe decir “no” a Cambo con firmeza y en voz alta. Los Verdes escoceses no esperan menos, y será interesante ver si obtienen un cambio de tono en su acuerdo para compartir el poder.
Presionada para tomar partido, la ministra principal de Escocia ha hecho un llamamiento muy cauteloso para que la concesión de licencias sea “reevaluada” y para que la “transición justa” sea “apropiadamente rápida”.
Pero su carta al primer ministro británico Boris Johnson también pone un gran énfasis en la importancia de los empleos para la economía de Reino Unido y Escocia.
Es una línea difícil de caminar. O una valla incómoda sobre la cual sentarse.
Presión de inversores
El sorprendente informe del Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático de la ONU, publicado el 9 de agosto, incita a los políticos y al público a una mayor aceptación de que los desarrollos de petróleo y gas tendrán que ser, como mínimo, controlados.
La industria responde que no toda su producción se quema. También es importante para productos químicos y plásticos.
Los defensores de los hidrocarburos añaden que la transición a las energías renovables tiene un largo camino por recorrer. Y hasta que esté terminado, habrá necesidad de petróleo para impulsar camiones, trenes y aviones, y de gas para calentar hogares y negocios.
La consecuencia de detener los nuevos desarrollos y poner freno a las inversiones adicionales en los campos existentes podría ser el aumento de los precios, lo que provocaría la presión política de los consumidores.
Y si no se usa el petróleo y el gas de las aguas británicas, que proporcionan aproximadamente la mitad de las necesidades energéticas del país, eso significaría una mayor dependencia de la energía importada, a un costo en dólares, con emisiones generadas por los barcos petroleros y la influencia diplomática de los países productores.
¿Realmente queremos renunciar a una industria británica para depender en cambio del Golfo Pérsico y Rusia?
Sin embargo, la propia industria energética está en movimiento. Compañías petroleras como BP, Shell, Equinor, Total y ENI, -aunque no tanto las grandes petroleras estadounidenses-, están invirtiendo en energía renovable, en respuesta a la presión de los consumidores y los inversores.
No quieren quedarse varados, como algunas de esas reservas off shore, si también se les retira el apoyo político.
Una “transición justa“
Dilemas similares afligen a otros líderes políticos.
El presidente estadounidense Joe Biden ha adoptado una línea mucho más firme que su predecesor sobre los riesgos del cambio climático, volviendo a comprometerse con el acuerdo de París, revocando el permiso para un oleoducto clave y retirando las licencias de perforación en tierras federales y el Ártico.
Pero con los precios del petróleo relativamente altos y causando dolor a los estadounidenses, la presión política interna lo ha llevado ahora a pedirle al cártel exportador de petróleo de la OPEP que abra los grifos y baje el precio.
Otros han decidido dejar de perforar en busca de nuevas reservas, aunque no muchos.
Dinamarca lo hizo en diciembre pasado. La nueva administración en Nuuk, la capital de Groenlandia, ha puesto fin a años de especulaciones de que sus aguas podrían ser una nueva y enorme cuenca de reservas de hidrocarburos.
Estos países tienen otras opciones: Dinamarca tiene energías renovables y Groenlandia, minerales en su tierra.
Escocia también tiene abundantes energías renovables. Un informe reciente de Scottish Enterprise propuso que Escocia podría ser un líder mundial en la producción de hidrógeno, pero también advirtió que otros podrían competir a un costo menor.
Esa “transición justa”, que significa justicia económica para los afectados, es quizás el desafío más importante al que se enfrentan tanto el gobierno escocés como el de Reino Unido.
La creciente presión para hacerlo “apropiadamente rápido” no lo hace más fácil.
BBC News