Un terremoto, un tsunami y la explosión de una planta nuclear. El 11 de marzo de 2011 en Japón comenzó una catástrofe que, 10 años después, sigue marcando una huella de desolación.
Ese día el país sufrió el terremoto más fuerte de su historia, y ese fue solo el inicio de una triple tragedia.
Un sismo de magnitud 9, con epicentro a 130 km de la costa de la ciudad de Sendai, sacudió la isla durante 3 minutos.
El terremoto desató un tsunami de 15 metros de altura, que a su vez embistió la planta de energía nuclear Fukushima Daiichi.
En total, el tsunami inundó un área de 560 km2. Arrasó con pueblos, autos y puertos y dejó cerca de un millón de edificios destruidos.
Alrededor de 19.000 personas murieron.
Las imágenes eran devastadoras. Mientras tanto, la planta nuclear se convertía en una bomba de tiempo.
El agua del mar inundó los generadores que mantenían la planta refrigerada y con ello dejaron de funcionar. Esto causó que los reactores se sobrecalentaran y se produjeran tres fuertes explosiones.
Las personas que vivían en un radio de 20 km alrededor de la planta se vieron obligadas a abandonar sus hogares y huir del material radiactivo que se liberó.
En el primer año tras la explosión, más de 160.000 personas abandonaron sus hogares. Hoy, unas 40.000 no han regresado.
Los lugares que abandonaron se volvieron pueblos fantasma, creando un paisaje desconcertante.
En algunos lugares solitarios el tiempo parece detenido. En otros, en medio de las construcciones ruinosas, la vegetación y los animales salvajes, contaminados de radiación, han regresado a lugares de donde habían sido expulsados por los humanos.
Hoy el gobierno de Japón mantiene una área de 360 km2 donde a las personas no se les permite regresar debido al riesgo que representa la radiación.
A esta vasta extensión se le conoce como la “zona de difícil retorno”.
Pero incluso en los pueblos donde, según las autoridades, ya es seguro vivir, pocas personas han regresado.
En 10 municipios donde se han levantado las órdenes de evacuación tras el accidente, solo ha regresado el 26,8% de la población, según le dice a BBC Mundo Yasunori Igarashi, investigador en el Departamento de Radioactividad Ambiental en la Universidad de Fukushima.
Este 25 de marzo, Japón tiene planeado iniciar el recorrido de la llama de los Juegos Olímpicos que en 2020 fueron pospuestos debido a la pandemia de coronavirus.
Como símbolo de resistencia y recuperación, la antorcha comenzará su recorrido en la prefectura de Fukushima, pasando por pueblos como Tomioka, Futaba, Namie y Okuma, donde el gobierno ha invertido millonarios esfuerzos por atraer residentes, pero a donde pocas personas han vuelto.
La silenciosa radiación
Durante estos 10 años el gobierno de Japón ha trabajado en limpiar el suelo tóxico en las áreas afectadas, haciendo rellenos o almacenándolos en miles de bolsas negras alrededor del área de Fukushima.
También ha utilizado más de un millón de toneladas de agua para limpiar y enfriar los reactores derretidos.
Las autoridades de Japón, reportes de Naciones Unidas y estudios independientes han mostrado que los niveles de radiación en varias zonas de Fukushima son bajos y representan poco riesgo.
Pero los efectos de la exposición a bajos niveles de radiación durante un largo plazo todavía son materia de debate entre los ciéntificos.
“No hay una línea clara donde podamos decir que determinada tasa de dosis te va a matar”, dice Kathryn Higley, profesora de ciencias nucleares en la Universidad Estatal de Oregon, citada en un reportaje de Scientific American.
Azby Brown, investigador de Zafecast, una iniciativa dedicada a medir los niveles de radioactividad en varias partes del mundo, le dice a BBC Mundo que incluso lugares como Hong Kong, o ciudades de Europa y Estados Unidos donde la vida transcurre con normalidad, tienen mayores niveles de radiación que Fukushima.
Consultados por BBC Mundo, el Ministerio de Agricultura de Japón sostiene que “toda la producción agrícola de Japón, incluyendo la de Fukushima, que se distribuye en los mercados es segura para el consumo humano”.
Otras organizaciones, sin embargo, mantienen que la realidad es distinta.
Un reporte publicado por Greenpeace a principios de marzo, sostiene que, de acuerdo a sus mediciones, en algunas zonas los niveles de radiación permanecen por encima de los permitidos por el gobierno, incluso en áreas que ya se han habilitado para la vida humana.
Pueblos fantasma
La desconfianza en el gobierno, el miedo a la radiación, la poca infraestructura y la falta de oportunidades, han dificultado que más personas regresen a Fukushima.
Muchos de sus antiguos habitantes, que ya establecieron su vida en otro lugar, no encuentran razones para regresar.
Por eso, ya sea porque aún son parte de la “zona de difícil retorno” o porque aunque ya esté permitido pocos quieran vivir ahí, durante una década muchos pueblos han permanecido sin presencia humana.
“Es deprimente”, dice Brown, quien durante años ha recorrido la zona.
En estos pueblos fantasma aún se pueden ver objetos que dejaron las personas, pero también las casas, los negocios y las escuelas en ruinas.
Otros pueblos, que solían ser lugares apacibles, ahora son sitios donde se almacenan desechos radiactivos.
“No hay manera de ir a estos lugares y no sentir tristeza”, dice Brown.
Una sensación similar describe Toru Hanai, un fotógrafo que varias veces al año durante la última década ha recorrido estos lugares abandonados.
“Cuando veo esas ciudades donde el tiempo se ha detenido, fácilmente me puedo imaginar qué tipo de personas vivían ahí”, le dice Hanai a BBC Mundo.
“Pero aunque pueda imaginarlo, lo único que veo son ruinas”, añade, “eso causa mucha tristeza”.
En 2019, por ejemplo, el gobierno anunció la reapertura de Okuma, un pueblo que antes de la catástrofe tenía 10.000 habitantes.
Sin embargo, solamente un 2% de esa población ha regresado, y la mayoría son ancianos, según un reporte de la cadena NPR de septiembre de 2020.
En Tomioka, otro pueblo de la prefectura de Fukushima, la escuela secundaria tiene solo 13 estudiantes.
En Namie, también en la prefectura de Fukushima, hoy solo viven 1.500 personas, donde antes de marzo de 2011 vivían 21.000.
Para el profesor Igarashi, ese es uno de los asuntos más preocupantes de Fukushima.
“La mayoría de las personas que han regresado son ancianos”, dice.
“¿Cómo mantendremos nuestras ciudades que cada vez son más reducidas?”.
“Me preocupa que en 10 años muchas de las casas quedarán vacías y se convertirán en hogar para animales salvajes”.
“Creo que este es un problema incluso mayor que la radiación“.
Jabalíes radiactivos
Cuando los humanos abandonaron Fukushima, la naturaleza recuperó su territorio.
Con el paso de los años, animales como perros salvajes, mapaches, zorros, macacos y jabalíes han vivido a sus anchas en zonas que antes de la evacuación estaban habitadas por personas.
Quienes viven en zonas rurales se las deben ingeniar para mantener a los animales lejos, ya que muchas veces invaden sus granjas y pueden resultar peligrosos.
Además, como es el caso de los jabalíes, que se cuentan por miles, se han estado alimentando de plantas y pequeños animales contaminados de cesio producto de la radiación.
Eso hace que no sean aptos para el consumo humano, aunque la carne de jabalí sea un plato muy popular en Japón.
El gobierno ha proveído trampas y cercas eléctricas para mantener a raya a los jabalíes, mientras otros se dedican a cazarlos, pero su población sigue aumentando.
“Para ellos somos los intrusos, así que atacarán sin dudarlo“, dice Hanai.
Los habitantes de la zona saben que no deben comer esos jabalíes, pero aun así, algunos lo siguen haciendo, según comenta Brown.
El investigador recuerda el caso de un hombre que, sin que su esposa lo supiera, llevaba varios días comiendo la carne de un jabalí que había atropellado en la carretera.
Brown se enteró de lo que ocurría cuando al hombre le detectaron altos niveles de cesio en su cuerpo.
“No se lo cuentes a mi esposa”, recuerda Brown que le dijo el hombre.
“Es la naturaleza humana”, dice Brown. “Puedes implementar todo tipo de regulaciones y monitoreos, pero así se comportan las personas, somos humanos”.
Vivir con la radiación
Quienes han regresado a sus pueblos saben que la radiación es parte de sus vidas.
Tienen claro a qué zonas no deben ir y algunos de ellos, que no confían en los datos del gobierno, tienen sus propios medidores de radiación.
En la prefectura de Fukushima hay varios centros donde la gente recibe educación acerca de la radiación y los materiales radioactivos.
“Como investigador imparcial, te puedo asegurar que esos centros no están dedicados a la propaganda, sino a enfatizar la seguridad respecto a los materiales radioactivos”, dice Igarashi.
“Yo diría que la mayoría de la gente que vive en Fukushima llevan una vida normal“, dice Brown.
“Pero tienen que estar constantemente atentos a la radiación“, añade.
Los residentes de estas zonas constantemente deben medir que los alimentos que consumen no tengan altos niveles de radiación, por ejemplo.
“Es un estrés permanente para ellos”, dice Brown, “les preocupa si a ellos o a sus hijos les dará cáncer”.
Los pescadores y los agricultores, uno de los sectores afectados por el desastre, se han vuelto especialistas en seguridad de alimentos, dice Brown.
“Los pescadores te dicen: ‘yo no soy científico pero…’, y te dan una explicación técnica acerca de la absorción del cesio dependiendo de cada especie…ellos saben todo esto”.
“Es genial que lo sepan, es triste que lo hayan tenido que aprender, pero es genial que lo sepan“, dice el experto.
Por su parte, el profesor Igarashi considera que el problema de la radiación puede ser controlado.
“No estoy diciendo que la radiación sea segura, pero con una buena comprensión del problema, los niveles de exposición pueden disminuirse y no hay necesidad de estar demasiado temerosos”, dice.
“Algunas personas que no saben nada de radiación aún piensan que con solo venir a Fukushima se van a quemar y les va a dar cáncer. Eso es muy desafortunado”.
El fotógrafo Hanai, que conoce la zona y suele conversar con los residentes, lo resume con una paradoja:
“En Fukushima no hay nadie que no le tema a la radiación, pero si le temen, no pueden vivir”.
El futuro
El proceso total de descontaminación de la planta de Fukushima puede tomar décadas, entre 30 y 50 años.
“Creo que no podemos esperar cambios dramáticos en los próximos años”, dice Igarashi, pero añade que está seguro de que con el tiempo la cantidad de material tóxico se reducirá.
Entre quienes han regresado a la zona han surgido iniciativas que Brown califica como positivas.
Entre ellas, menciona el proyecto de unos 40 granjeros que están haciendo agricultura de alta tecnología, con sensores y procesos automatizados.
Brown también menciona que el conocimiento que se ha logrado en seguridad de alimentos, en un futuro podría dar pie al surgimiento de una nueva industria en el lugar.
Fukushima también se han convertido en un prometedor epicentro para la generación de energía renovable con varias plantas solares y eólicas.
Mientras el gobierno continúa sus esfuerzos por revitalizar la región y convencer a que más personas regresen a las áreas que han ido habilitando dentro de la zona de difícil retorno, también enfrenta el reto de recuperar la confianza de los japoneses en la energía nuclear.
“El gobierno y las empresas de servicios públicos siguen diciendo que la energía nuclear es la fuente de energía más barata, pero la gente ya no confía en ella”, dice Tatsu Suzuki, ingeniero nuclear y profesor en la Universidad de Nagasaki, citado en un reportaje de la cadena NPR.
“Es imposible pensar que la energía nuclear es la más barata, si se incluye el costo del desmantelamiento, el costo de Fukushima”.
“Es un problema social y ético“, dice Suzuki. “El costo de separar familias, perder sus tierras, perder sus trabajos… ¿cómo se miden todos estos impactos?”.
Para el fotógrafo Hanai, lo más importante de esta tragedia es tener claro que esto “no fue un desastre natural, sino un desastre provocado por el hombre“.
“No creo que podamos regresar a como era antes del desastre, eso es muy triste…por eso quiero que mucha gente sepa acerca de Fukushima, para que nunca se vuelva a repetir“.
BBC News